viernes, 4 de marzo de 2011

MICRORRELATO 16

La luna estaba más resplandeciente que de costumbre. El reflejo se proyectaba sobre el sereno y tranquilo mar que se perdía por el horizonte. La estampa era idílica. El lienzo natural de aquella noche era el marco perfecto para un acontecimiento especial.

Sobre la arena de la playa, dos cuerpos se abrazaban con pasión y ternura, como si el mundo fuese a acabarse al día siguiente. Los besos flotaban con energía sobre ellos, y las caricias se tornaban muy intensas, cargadas de emoción y nerviosismo.

Se habían conocido hacía escasamente 3 horas. El flechazo fue fulminante. Casi idílico. La conversación fue fluyendo con soltura y las sonrisas se entremezclaban con miradas sinceras y directas al corazón. Al poco tiempo, un par de copas después, decidieron retirarse un poco del chiringuito a la búsqueda de una intimidad más propicia para ese momento. 

Se habían encontrado. Cada cual tenía enfrente a esa persona soñada, imaginada, idealizada. La velada transcurrió como en un cuento de hadas.

Cuando el astro rey comenzaba a avisar de que pronto iba a irradiar la mañana de energéticos rayos de vida, decidieron separarse y marchar. Cada uno tomo un camino opuesto. Poniente y levante. Supieron que nunca más volverían a verse. Era inevitable. Era predecible. Unos días después regresarían a sus países de origen, Finlandia y Japón, una vez hubiesen completado el periodo vacacional para liberar estrés que su empresa internacional había propuesto a los altos cargos de la misma. Ninguno podía abandonar su puesto. Ninguno podía pedir traslado. Pertenecían a mundos absolutamente y completamente distintos. Y, sin embargo, se sintieron tan cercanos...

Conocieron la felicidad efímera. Pero la disfrutaron, por corta y fugaz que resultó. Y después recordaron con nostalgia pero con satisfacción aquella noche. Una noche de felicidad que se convirtió, como los buenos cafés, en un deleite duradero y placentero en la distancia.