sábado, 20 de febrero de 2010

ANÁLISIS PORMENORIZADO DE LAS DIVAS DE SALÓN

Una vez nos metemos en el ajo de la fama, se crea una adicción potente y vertiginosa que hace que no podamos bajar de ese carro que significa mantenerse constantemente en el "candelabro".
Todo es una carrera contra reloj para estar siempre en boca de todos. Son los 100 metros obstáculos, siendo los obstáculos aquellos que, para tu mayor gloria, deben ser pisoteados aunque hayan compartido contigo momentos gloriosos. Todo es una escalada hacia el ¿reconocimiento?, hacia el hecho de ser "tema de conversación" en barras de bar, corrillos, foros y demás habituales espacios de opinión.
La diva necesita salir a la calle e ir sonriendo a los "otros", a aquellos que siempre estarán por debajo, a los que mira por encima del hombro con egocentrismo retroalimentado por los delirios de grandeza que ya han invadido su desfigurado corazón.
La diva se siente con el derecho y el deber de construir palabras en su boca, y que todo aquello que construye lo revierte de verdad absoluta, verdadera y contundente. Y allá va la diva soltando todo aquello que desea en cualquier momento, ante cualquiera de sus inferiores, sintiendo esa misma "energía" que recorría a Darth Vader cuando viajó al lado oscuro. Lo que ocurre es que la diva, de vez en cuando, mete la pata o, mejor dicho, la lengua, lanzando improperios absolutamente fuera de lugar porque piensa que siempre tiene la razón en cuanto a lo que dice. Y en ese momento es cuando alguien le canta las cuarenta en toda regla. La diva guarda silencio, sobre todo porque tiene obstruida la garganta con los congojos. La diva deja que pase la tempestad y, cuando se aleja la tormenta (el individuo o individua en concreto), es cuando vuelve sobre sus palabras para intentar justificar ante los que quedan el por qué de sus palabras, buscando desesperadamente el abrigo y el arrope de los que le rodean.
La diva quiere más y más, y cada vez necesita más. No tiene bastante con lo heredado, sino que necesita arrebatarlo, hacerlo suyo, y descoyuntar todo rastro que quede del pasado, para poder celebrar golpes de estado unos tras otros.
La diva no solo necesita estar en el "candelabro", sino que necesita coger el "candelabro" por el tronco y agarrarlo fuerte, para que no se le escape mientras juega con él.
Pero la diva desconoce que, al igual que las plataformonas que visten algunas drag queens, todo lo que sube, al final, acaba pisando una piel de plátano y resbalar estrepitosamente hacia el abismo del olvido. Y cuanto más subes, más caes. Y cuanto más te elevas, más duro será el culatazo. Y cuanto más pisotee, más ignorado será cuando todo esto termine. Y cuanto más obstáculos hayas pataleado, más alta será la vaya que te impedirá ver al otro lado.
La humildad es la compañera más cercana, certera, fiel, fiable, segura y solidaria de las que puede poseer un ser humano.

3 comentarios:

Luigi dijo...

Y es que la ignorancia es muy atrevida querido Jesús.

David Rodríguez Jiménez-Muriel dijo...

Albricias... Una nueva entrada. Zenkiu veri mahhh por ella. (¿Se escribe así, verdad?. Maldito idioma de la Pérfida Albión).

J. Carlos Medina dijo...

Ser una diva tiene su intríngulis y como tal hay que aceptarlas. Lo malo es creerse diva y no serlo. Y este creo que es el caso de a quien creo que ambos nos referimos.
Un abrazo.