sábado, 25 de diciembre de 2010

MICRORRELATO 7

Serían más o menos las 12 de la mañana. Andrea paseaba por las calles de aquel pueblo que le vio nacer. Tras un periodo de trabajo, habían llegado las merecidas vacaciones que se disponía a disfrutar en compañía de aquellos que tuvo que dejar un día, por cuestiones de trabajo, y que solo podía ver de vez en cuando. Pero era muy emocionante volver a reencontrarse con aquellos con los que tanto había compartido.
Aquella mañana, las calles no andaban bulliciosas, se observaba poca gente en los comercios, y los viandantes caminaban algo cabizbajos, pensativos, con preocupaciones que se intuían a simple vista.
Pasó a uno de esos inmensos hipermercados donde encuentras de todo para hacer algunas compras. Los pasillos estaban muy fluidos de gente. Las cajeras reposaban la barbilla sobre su mano, que a su vez apoyaban desde el codo en la cinta deslizadora. Al acercarse con el carrito, dos de ellas se levantaron de su butaca para invitar a Andrea a que pasase para cobrarle. 
Una vez hubo salido, se dispuso a recorrer el camino que llevaba a casa de sus padres. La avenidad principal estaba repleta de un tráfico ensordecedor pero, como cualquier otro día. En las aceras, una relativa calma.
A medio camino se cruzó con Raquel, una antigua amiga de aventuras y desventuras. Ambas decidieron tomar algo. Entraron a un bar. El aforo del mismo no llegaba a 8 personas. De los cuatro camareros, dos de ellos hablaban entre sí con aspecto de preocupación. Las conversaciones eran las de un día cualquiera, y en un tono bajo, casi susurrante.
Despues de haberse refrescado y degustar unas ricas tapas de la comarca, se despidieron y Andrea prosiguió su caminar. La tónica general era la misma. 
Justo a escasos metros de su meta, se paró con Julián y María, un matrimonio a los cuales conocía desde los tiempos de colegio. Conversó con ellos. Estaban ciertamente preocupados, porque decían que no sabían cómo iban a pagar la letra de la hipoteca del piso que les vencía a la semana siguiente. Andrea intentó darles ánimo, y contagiarles de alegría, pero la tarea era bastante complicada. Se despidieron con un cierto aire de desasosiego.

Llegó al portal, subió en el ascensor, atravesó el umbral de la vivienda y se sentó en la butaca de Mamá. Quedó pensativa, reflexiva. Su madre, al verla, se acercó a ella. Le preguntó por qué le notaba tan seria.

- Mamá, hoy es 24 de diciembre, Nochebuena, y me da la impresión de que nos están robando el espíritu de la Navidad. 

- Hija mía. El espíritu de la Navidad sigue ahí. Está vivo. Pero la gente está dándole la espalda. Entre preocupaciones y el olvido de las tradiciones, la Navidad desaparece. Pero solo desaparecerá de las vidas de aquellos que dejen de creer en ella. En esta casa, hija, nunca dejará de ser Navidad.

- Ya lo sé, Mamá. Pero en esta casa no cabe todo el mundo... ¿Qué será de ellos?

(Cuento reivindicativo a favor de la recuperación del espíritu de la Navidad).

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