domingo, 29 de marzo de 2009

PREGÓN DE EXALTACIÓN AL SANTÍSIMO CRISTO DE LA BUENA MUERTE 2009



Silencio.
Mis torpes palabras rompen la magia de lo callado, de lo interno, la reflexión del corazón retrotrayéndose a un tambor sordo y ciego que camina tras Él. Ausencia de sonidos que forma una melodía aparentemente ausente de sentido, pero cargada de significado y de verdad absoluta cuando se transfigura en nuestros sueños su rostro, también ausente de melodía, con tan sólo el llanto de un instrumento de viento, que riega el tenebroso escenario de calles oscuras y respeto encogido tras labios sellados, que no dejan escapar ni un susurro de alabanza, porque el susurro ya se ha fugado de nuestra alma para viajar junto a Él en la noche de Jueves Santo.
Un sordo, suave y susurrante gemido de corneta despierta la plaza,
Un redoble capado de sonoridad retumba ahogado por la tristeza,
Cadenas esposadas al suelo arrastran un tintineo extraño y machacón,
Zapatillas salpicadas con pies desnudos que avanzan sobre el frio asfalto,
Miles de ojos que brillan con la luz de su faz,
Con la suave caricia de su caminar totalmente despojado de importancia.
Dos ríos de caperuzas negras toman la calle a lado y lado,
Unidos por la cuerda de nuestros pecados,
Penitencias interiores que nadie sabe ni conoce,
Promesas de volver cada año al mismo sitio, al mismo lugar,
Para caminar junto a aquel que ya no camina,
Para velar y acompañar a aquel que en muerte agoniza,
Hermanos y hermanas,
Nos adentramos en la madrugá del Jueves Santo.



Tomando como referencia el Padre Nuestro que oramos al finalizar nuestra Estación de Penitencia, en el cual todos nos cogemos de la mano y somos uno indivisible, todos iguales, todos hermanos, quiero saludaros asimismo. Estimados y queridos hermanos todos, que habéis tenido a bien el acercarse en este día al regazo de nuestro Cristo, bienvenidos y gracias por vuestra asistencia.
En primer lugar quiero agradecer a mi presentador José Manuel, la deferencia que ha tenido para con mi persona, al dedicarme estos minutos que han sido de gran satisfacción para mí, puesto que uno no se acostumbra a ser alagado de tal modo, y con tal cariño, proveniente de un corazón prendido de amistad y respeto mutuo, y que encima es un portentoso poseedor de un verbo hecho prodigio, que con su extraordinaria virtud a la hora de expresar oralmente, fruto de su dedicación, me ha henchido de emoción. Gracias, amigo, y te debo una.
El pasado año me subía por primera vez a este atril, para presentar al pregonero que nos deleitó con su vivencia cofrade en un pregón emotivo, emocionante y, al mismo tiempo, introvertido, de dentro hacia afuera. Este año, vuelvo a estar aquí, pero esta vez para dejarme llevar, para cantaros y contaros lo que me inspira Él, lo que siento, y lo que me sale expresar en estos momentos. Sabéis los que me conocéis que ansiaba poder tener la oportunidad de plasmar lo mucho que llevo en mi interior, con esa forma de expresarme propia y personal, y que me permite darle mi especial impronta a lo que, año tras año, venimos diciendo todos los que somos invitados a encargarnos de tal responsabilidad. Voy a viajar a lo más profundo de mi ser, voy a observar qué bulle en su interior, lo voy a sacar hacia fuera, y lo voy a adornar de vocablos y literatura para hacer a mi Cristo un regalo, pues en definitiva, este pregón es un presente para Aquel que guía mi caminar por este mundo plagado de intransigencia e hipocresía, de guerra y pobreza, y en el cual luchamos por aportar nuestro granito de arena para que el amor a Dios y al prójimo prevalezcan por encima de todas las cosas.
Os quiero comentar que este pregón, según lo he entendido yo, no va a ser fácil ni complaciente. He querido descender a lo más profundo de lo que nuestra imagen representa. He buceado en el dolor y en el castigo injusto que Jesús vivió en sus últimos momentos para llegar a la instantánea que tenemos plasmada en la obra de D. Domingo Sánchez Mesa. Nosotros hacemos una estación de penitencia basada en el silencio, la reflexión y la oración interior, viviendo el luto y la tristeza de lo que queremos expresar en la puesta en la calle de la Hermandad. Por esa razón, esta exaltación debe guardar la misma línea argumental que nos define y nos caracteriza.


La primera parada en este recorrido de sensaciones va a tener como centro de atención la situación presente y las importantes penalidades que nos están tocando vivir en la época actual. La terrible palabra que todos esquivan nombrar, la crisis, se ha instalado entre todos nosotros, como si fuese, desafortunadamente, un miembro más de la familia, una suerte de oveja negra, que está haciendo que muchos se vean con angustiosas situaciones económicas que por nada del mundo esperaban. Son momentos muy difíciles que, en algunos casos, en algunas personas, están siendo motivo ya no de crisis meramente material, sino también de crisis de fe. La gente parece estar perdiendo la esperanza, están abandonado el diálogo con Dios, con Jesús, con María. La oración es cada vez menos el recurso ante el cual las almas se serenan y encuentran el refugio natural a las preocupaciones, y el apoyo verdadero frente a las adversidades. A estas personas quiero invitar desde esta oportunidad que me ofrece el poder estar aquí, para que se acerquen a Jesús, que le sientan en su interior, que sepan con seguridad que en Él tienen al hermano cercano que seguro dibujará en su corazón un resquicio de serenidad para poder dormir un poco mejor en esa noche, y para mirar a sus hijos sin los habituales ojos cristalinos, enjugados por las lágrimas de la impotencia.

Tránsito de almas errantes descarriadas,
Toman el pasillo central del templo,
Sus pies caminan con sigilo,
Caminan solos, conocen el sendero.
Sus miradas ya se han adelantado,
Y están gozando de su presencia,
Que preside el altar,
Con humildad y complacencia.
Sus dedos se entrelazan con dulzura,
Sus rodillas se flexionan con ternura,
Y de sus labios huyen plegarias y rezos,
Que revolotean hasta su santa figura.

Desde la cruz, Jesús se muestra tranquilo,
Sereno y socorrido,
De aquellos que acuden a Él,
Con su fe como único vehículo.
Canto de esperanza,
Sollozo contenido,
Susurro sostenido
De un corazón desvanecido,
Por preocupaciones y lamentos,
De unos tiempos complicados,
De carencias y temores,
De ausencia de alegrías,
Y de apretarse cinturones,
De rezar y pedir al cielo,
Un poco de aliento,
Una luz alentadora,
Que nos enseñe el futuro,
De vacas más gordas,
De tiempos menos duros,
Y de sonrisas regaladas.
Da tu siempre confortante ayuda,
Amigo siempre a nuestro lado,
A aquellos que peor están viviendo,
Momentos duros y atribulados.
A aquellos que no pueden esbozar la alegría,
Porque les ahogan las deudas,
A aquellos que se avergüenzan
De no poder complacer a sus hijos,
De no poder llevarse a la boca,
Ni un triste plato de comida.
Desciende tu infinito amor
Hacia los que más faltos están,
Insufla tu dulce cariño,
Sobre estas almas sin senda,
Para que encuentren en tu faz,
La luz reconfortante, la luz cálida,
La calmada ilusión que relaja el alma,
La palabra cercana vestida de esperanza.
Que si por mí fuese,
Desearía Dios mío,
Quedar yo desamparado,
Para que otros tuviesen tu ayuda.
Pero se con certeza,
Santísimo Cristo adorado,
Que tal cosa no sucedería,
Ni en mi pesadilla más horrenda.
Porque así eres Tú,
Y porque en mi interior lo siento,
Eres luz, eres vida,
Eres puro sentimiento,
Eres rey de las almas,
Y vencedor de lamentos,
Que a la muerte te enfrentaste,
Y victorioso resultaste,
De la más temida lucha,
A la que un ser humano hace frente.
Eres nuestra blanca luz,
Al final del camino,
Eres el reflejo perfecto,
De nuestro ansiado futuro,
Eres hombre de raza,
Eres la vida presente,
Aunque nos empeñemos en llamarte,
Señor de la Buena Muerte.

La segunda parada en este viaje es nuestra hermandad. Pero esta parada va a ser breve, puesto que todos los que estamos aquí, lo estamos precisamente porque, aparte de nuestra demostrada devoción al titular que nos acoge, también consideramos que esta hermandad a la que pertenecemos y con la que simpatizamos, mantiene una idiosincrasia muy personal y propia, que la distingue.
Todos tenemos muy clara la historia de este grupo de hermanos que optaron, hace no muchos años, apostar por un camino distinto, indivisiblemente unido a la entrega al prójimo y a la caridad. No somos amigos de gastos innecesarios, ni de derroches extraordinarios, puesto que lo más extraordinario para todos aquellos que amamos esta cofradía, es poder gastarnos todo lo que tenemos en aquellos que más lo pueden necesitar, para así dibujar una sonrisa, y sin esperar un gracias a cambio, puesto que es algo que forma parte de nuestro trabajo, de nuestra forma de vivir y entender la vida. Todo lo que aquí se hace, se hace por amor, desde las mismísimas entrañas de un corazón entregado a los demás y por los demás, desde el mismísimo núcleo de un mandamiento, el del amor al prójimo, que toma especial relevancia desde el mismo momento en el que cada uno de los hermanos hacemos algo para lo que estamos totalmente entregados: el poder ayudar a los demás. Este es el germen de la hermandad. Y de esa semilla que algunos plantaron en la década de los 80, los que ahora estamos, intentamos regar con generosidad, para que siga creciendo y dando fruto a aquellos que más requieren de ese empujoncito en tiempo de adversidades.
Hacer un una cronología de las acciones que hemos llevado a cabo durante todos estos años sería quizá un tanto extenso. Y como sé que de sobra son conocidas por todos los que aquí os congregáis, pues concluyo diciendo que mientras esta cofradía siga funcionando tal y como lo hace, será siempre ejemplo puro y verdadero de la identidad cristiana y la puesta en práctica del sentimiento de humanidad que debería albergar cada uno de los hombres y mujeres que pueblan este planeta.
Y dicho esto, voy a entrar con paso firme en el tercer momento de este pregón, aquel donde desciendo a la oscuridad de los últimos momentos de Jesús, para intentar encontrar la luz salvadora que nos guíe el camino.

¿Existe la belleza en la muerte?
El Señor de la Buena Muerte descansa sereno, tranquilo, con una templanza relajada, como culmen desahogado de todo el sin vivir que ha experimentado poco antes de expirar.
Es la imagen de un ser humano sin vida, extenuado y dejado a la mano del Padre.
Y sin embargo le miramos. Le miramos con benevolencia y cariño. Le contemplamos con serenidad y calidez. Sin miedo. Cercano. Amable. Amigo. Su rostro reconforta. Sus ojos ocultos tras una tranquilidad apabullante invitan a quedarse junto a ellos, viviendo en un estado de paz infinita y de eterna calma.
Nunca hemos podido imaginar que la muerte pueda albergar belleza. Pero Jesús nos transmite el más bello poema de amor que pueda regalarnos una representación a imagen y semejanza del Hijo. Es el amor en estado puro, un acto de perdón y entrega del Padre para hacernos comprender cuán valioso es el perdón y la entrega incondicional al prójimo.

Entre el Cielo y la Tierra,
Se hierve el infierno,
La muerte de Cristo,
El sufrimiento eterno.
La baqueta muda,
La corneta sollozante,
El silbido de un látigo
Sobre un cuerpo agonizante.
Caminante sobre piedras,
Puntiagudas, dolorosas,
De la infinita senda,
Que al calvario le encomienda.

Quebranto de huesos,
Cansados hasta el límite,
Tendones extenuados,
Y destrozados por el llanto.
Espinas atravesadas
Por el yugo de la tortura,
Ríos ensangrentados
Que recorren su santa figura.
Doliente mirada que muere,
Poco a poco,
Segundo a segundo,
Lágrima tras lágrima.
El alma del Señor de la Buena Muerte
Se diluye,
Se traslada violentamente
De la vida
Al ocaso de la noche sin vida.
El calvario desgarra su voz,
En saeta atronadora,
En un sombrío y oscuro canto,
En un sincopado grito ahogado.
Cruces con redoble de silencio,
Clavos que penetran la madera,
De la carne dolorida y astillada,
Y un reguero ensangrentado de tristeza.
Látigo, flagelo,
Lanza penetrada,
Dolor desatado en la noche sin día,
Luto interior,
Corazones en el ocaso,
Enfrentándose a la verdad incomprendida.
La tristeza se viste de pena,
Por contemplar tan horrenda estampa,
Es inevitable la dolorosa escena cercana,
Es imposible escapar de la certera matanza.
Tus plegarias se escapan del tiempo,
Tus rezos te llevan a la tensa calma,
De la confianza en Tu Padre puesta,
En que la vida volverá a tu alma.
Y sin embargo fluye la luz,
De su rostro derrotado,
Nace la más bella esperanza,
Colorido desencanto,
Resurrecta profecía,
De la batalla ganada,
A la muerte tenebrosa,
A la oscura filigrana.
Porque sabes con certeza,
Que a la muerte vencerías,
Tras tres lúgubres jornadas,
De dolor y vejaciones.
Belleza en muerte,
Paradoja servida,
Lo mismo y lo contrario,
En tu imagen se adivina,
Dolor y esperanza,
Etéreo relajo del alma,
Sustrato amargo de incomprensibles
Cantos ahogados de suplicio,
Suplicio hecho carne,
Carne de costado atravesada,
Atravesada por la amarga y fría lanza,
Lanza forjada con nuestros pecados,
Pecados de un hombre sin rumbo,
Rumbo perdido en el pecado,

Solsticio de oscuridad cegadora,
En lucha constante con la mañana,
La mañana de tu vida sin vida,
La vida sin vida de tu gracia,
Gracia por siempre poseída,
De un color amoratado por el golpe,
Golpe de centurias azotándote,
Para llevarte al calvario por las malas.
La roja sustancia se derrama,
Tras el devenir de la mañana,
Gotas de muerte anunciada,
Que por la rastrera arena se arrastra.
Cuánto dolor desatado,
Cuánta pena acompasada,
Al son de gritos y ofensas,
De un pueblo que no entiende nada.
Mi alma viaja descarriada,
Por ver tan cruel estampa,
Porque mis ojos ya no son ojos,
Sino cuchillos en mi espalda.
La traición se transfigura,
En la imagen de tu calma,
Y mi vida queda atrapada
En tu mirada sosegada.

Llanto, muerte,
Dolor incontenido,
Humillación presente,
Impotencia eternamente.
Extramundo inerte,
Salvación lejana,
Infierno doliente,
Por tu condición humana.
Los crujidos de madera,
Bajo tus pies despojados,
Pregonaban el tormento,
Rechinaban tu quebranto.
Ángeles querubines que revolotean el cielo,
Pinceladas de tiniebla que decoran el aire,
Toneladas de lamentos que dibujan la tierra,
Y gotas de lluvia que salpican las llagas.
Pero Jesús no muere en las calles motrileñas,
Jesús vive para cobijarse entre nosotros,
Motril renace cada Viernes Santo al alba,
Para dar a sus habitantes un rayo de confianza,
La resurrección de la ilusión,
El arcoíris de eterna esperanza,
El rocío de rosa engalanada,
Que da la bienvenida a la mañana,
El lucero que brilla con fuerza,
Para deslumbrar la oscura tiniebla,
La aurora que nace con arte,
Para anunciar la nueva mañana,

Que griten avenidas y calles,
Que canten travesías y plazas,
Porque Jesús de la Buena Muerte,
Ha vuelto para vivir en mi alma.

Cristo muere en la Cruz. Sólo, sin más compañía que su propia fe y su creencia firme en el Padre. Los clavos atraviesan su esperanza de principio a fin, sus espinas se clavan en la confianza hacia Dios como si se tratasen de durísimos actos de valentía que debe afrontar con entereza y disciplina. Pero es muy difícil intentar mantenerse firme ante tal sacrilegio. Jesús lloró, Jesús sufrió, Jesús vivió el dolor en primera persona, con el único apoyo que su propia condición física, la de un ser humano como nosotros, sin milagros, sin alivios, con dureza, con la angustia que provoca en cualquiera de nosotros un dolor agudo que no podemos contener de ninguna manera.

Señor de la Buena Muerte,
Qué advocación tan acertada,
Que diste a la cruz inerte,
La condición de salvadora,
Vida propia y referente,
Del cristiano de raza creyente,
Como el mismísimo sol naciente,
A la bella flor regalada.
Tus pupilas se dilatan,
Cuando la guerra se desata,
Entre hermanos que se matan,
Y naciones que se arrasan.
Tu corazón sufre de pena,
Cuando el dolor se apodera,
De los que menos atesoran,
Y los que más se desesperan.

Tu alma se siente insegura,
Cuando contemplas con amargura,
Que falta mucha dulzura,
En este mundo de locura.
Tu palabra se hace verbo,
Para bendecirnos con tu gracia,
Y sacarnos de este averno,
De pecado que nos atrapa.
Ídolos de papel creados,
Seres inertes idolatrados,
Materialismo afincado,
En el corazón de los humanos.
La sencilla luz de tu mirada,
Rayo de luna calmada,
Reflejo de estrella encumbrada,
Y haz de luceros serenada.
La sentida calidez de tu rostro,
La mullida sensación de contemplarte,
La experiencia de no sentirme solo,
Por vivirme feliz al mirarte.
Tú vas derramando amores
Que a tus hijos vas mojando,
Vas calando corazones,
Y tu Sangre nos va empapando.
Emperador de Motril,
Rey de la vida y el arte,
Tu ciudad quiere amarte,
Y quererte y adorarte,
Y sentirte por las noches,
A su lado al acostarse,
Y vivir siempre y por siempre,
En el regazo de tu temple,
Y que los mimes,
Y que los sientas,
Y que no olvides su presencia,
Y que nazcas a las doce,
Cuando el Jueves se hace Santo,
Y la madrugá se hace reina,
De la noche más eterna,
De la muerte más hermosa,
De la vida más certera,
De las horas más soberbias,
De la vida en penitencia.
Es vivirte, es amarte,
Es por siempre alabarte,
Es sentir el sutil cante,
De la muerte hecha baluarte,

Transmisor de ilusiones,
De esperanzas y contrastes,
De lo oscuro y lo contrario,
De la fuente del amparo,
Cuando riegas sus rincones,
Con la savia de tu presencia,
Con la sangre de tus venas,
Que es la vida hecha promesa,
La promesa de salvarnos,
Cuando el fin llegue a la meta.
Qué serena tu presencia,
Qué presencia susurrante,
Con dulzura y con templanza,
Siempre siento tu viveza.
Qué seguro yo me siento,
Junto a Ti en mi reposo,
Qué tranquilo, qué descanso,
Cuando estoy en tu regazo.

Y llegando este canto,
Al final de su camino,
Querido siempre amigo mío,
Hermano a mi corazón prendido,
Solo una cosa es lo que te pido,
Que cuando llegue mi hora lejana,
De viajar a un mejor destino,
Me enseñes de tu nombre el sentido,
Para cerrar mi vida presente,
A tu lado,
Con una Buena Muerte.

La madrugá desciende como un oscuro manto de luto y tristeza a lo largo de la jornada de Jueves Santo. La sensación acongojada de inseguridad sobrevuela nuestras conciencias. El sexto sentido se prepara para recibir un fuerte golpe directo al corazón. La distancia entre el jolgorio del Domingo de Ramos y la pena de esta noche se va acrecentando a medida que se acerca la fatídica medianoche, en la que sentimos un pellizco retorcido a lo largo de la piel de nuestros temores más aterradores. El pánico se apodera de un ser humano totalmente destrozado, porque conoce que la palabra “asesinato” va a hacerse protagonista de un hecho desgraciadamente constatado y constatable durante casi dos mil años ya. Y a pesar de repetirse cada trescientos sesenta y cinco días, siempre notamos la misma sensación, la misma invasión de desolación interior que nos aborda como un pirata en la nocturnidad de nuestro desasosiego. Es revivir la muerte en primera persona a través del rostro de sufrimiento imparable del hombre nacido de Dios, y con Dios en sí mismo, e infinitamente lleno de Dios, pues es Dios Padre mismo quien lo reconoce como su Hijo amado.
Cuántas veces el amor exige silencios, cuántas veces no se necesita sino permanecer al lado de la persona amada. Cuántas palabras hirientes no debieron salir de nuestra boca, cuántas miradas amables y sinceras valen más que mil palabras. Jesús permanece esta noche, en silencio, junto a los hombres, a los que ama, demostrando el amor con su presencia, sin decir una sola palabra.
Suspiro infinito ahogado en la opaca muralla de nuestros pecados, y que impide el poder liberar nuestro llanto desatado por cada uno de los azotes que los jirones de la piel de Cristo transmite a nuestro ser.
El cántico de tus últimas horas se compone de llantos agónicos, de desesperados gritos de dolor incontenido de afuera hacia adentro, de impotencia desatada, de pánico incomprensible al no entender por qué el Padre le ha dibujado tan cruel destino.
Jesús recorre, un año más, ese itinerario que ya conoce y que todo su pueblo ansía acompañar…

El dulce chirrío del metal ensordece las baldosas,
El atronador silencio respirado en las calles,
Se adueña poco a poco de todos los rincones,
De las callejas adoquinadas y solitarias, dormidas,
De una noche en calma y perdida en la historia,
De un acontecimiento clavado en la memoria,
De un momento esclavizado en el tiempo,
De una crónica en muerte anunciada,
De la presencia amarga en la madrugada,
De sones de amargura entronados en el alma,
De ribetes de luto surgidos de una sentencia,
Sentencia que rompe la vida sagrada,
Con el son de las voces desgarradas.

Caminando con ternura,
Por tu Motril entristecido,
Que desea que tu pureza,
Derrames por todo el camino.
La Libertad de la plaza oscurecida,
Parece que te acoge con ternura,
Ante las miradas ciegas de una noche,
Que destila luto y dulzura.

Cardenal Belluga de baldosas,
Arrastrado esparto sordo,
De capuchones que desfilan sigilosos,
Con dolor rasgado bajo el rostro.
Canalejas en la plaza,
Luces rotas en la estancia,
Los balcones asomados,
Para ver tu bella estampa.
Cruz de Conchas hacia arriba,
Angostura heredada,
De un casco rancio y olvidado,
De un Motril de otras añadas.
A Pozuelo llega el paso,
Con ribetes de mudeza,
Esperando que sus fieles,
Ya desgarren la saeta.
En Garrido todo es calma,
Arboleda sosegada,
Que sutiles arropan tu cara,
Con sus flores que engalanan.
Ciprés regado de tu gracia,
Con ambiente de tristeza,
En la plaza abandonada,
De la vida desolada.
Milanesa es estrecha,
Como la senda de la vida,
Recoveco escondido,
Para rezar con el alma.
Vistabella nos acoge,
Y nos lleva en su regazo,
Con la luz enmudecida,
En el medio del camino.
Bustamante siempre espera,
Con tremenda impaciencia,
A que Cristo desembarque,
Y bendiga la plazuela.
En Cruz Verde la noche es ciega,
La tiniebla se hace canto,
Para recibir con respeto,
Al amado Hijo expirado.
Las Palmeras se rebosan,
De orantes silenciados,
Que observan doloridos,
La paz de tu rostro santo.
Emilio Moré se despliega,
Con palcos abarrotados,
Y palabras de misterio,
Que revuelan por las ondas.
Al final de la plazuela,
Se perfila el cableado,
Díaz Moreu siempre nos hace,
Que caminemos muy agachados.
Romero Civantos es ausencia,
Porque ya están en la Iglesia,
Los que viajan con nosotros,
El camino de la pena.
Plaza España es inmensa,
Qué pequeño se ve el paso,
Allí con calma reviramos,
Para subir la fría escalera.
Frente al templo surge lo mágico,
El silencio se desgaja,
En oración pura y sincera,
Y un Padre Nuestro que nos abraza.

Y otro año se ha cumplido,
Otro año se ha acabado,
Buena Muerte por las calles,
Derramando su presencia,
Encumbrando las callejas,
A avenidas de tristeza,
Elevando cada plaza,
A altares de pureza,
Acariciando cada alma,
Con gracejo y sutileza,
Para llevarla a la calma,
Para transmitirle firmeza,
Porque Él ha vuelto a salir,
Para hacer la noche día,
Para llenar miles de ojos,
De enjugadas pupilas,
Para demostrar una vez más,
La humildad del Poderío,
Y que sepa todo el mundo,
Desde el principio hasta el fin,
Que Tú siempre has sido y serás,
El Gran Señor de Motril.

He dicho.

2 comentarios:

Luigi dijo...

Prolijamente barroco, densamente poblado y derramado en sentires nocturnos. Preñado de emociones silentes. Un pregón para ser releido. Te dejo mi poema a nuestro Cristo que figuraba en mi Pregón oficial.

En esta noche tan negra
negras luces van llegando
como procesión en pena,
a Cristo acompañando.
Silencio gritan las piedras
silencio en los corazones,
solo un ruido de cadenas
que suenan como oraciones.
Van unidos los hermanos
con una cuerda en el cinto,
que unidos quieren estar
acompañando a su Cristo.
En silencio van girando
sus caras tus nazarenos
que no se cansan de ver
el rostro de ese Cordero.
Y cuando miran la Cruz
en sus adentros pensando
que también a ellos vendrá
la Muerte, en silencio, andando.
Y mientras llega ese día,
el Jueves Santo, impaciente,
acompañando voy a Jesús,
mi Cristo de la Buena Muerte.

Jesús Ortiz dijo...

Gracias por tus observaciones. Un pregón puede tener dos vertientes. Aquel que llega al corazón de primeras, como por ejemplo el tuyo de exaltación a la Misericordia, o este extracto tan delicado que has tenido a bien el dejarme, o aquel que, aunque también nacido desde el interior, necesita ser reflexionado para extraer matices con cada lectura qe se haga. Las dos posibilidades son igual de aptas, aunque reconozco que la mía es más arriesgada que la tuya. Por eso espero que la gente que se acerque a él, lo haga con ternura y con atención.
Gracias amigo